MAGALY CUETO: LA BOLIVIANA QUE DICE HABER AMADO A PABLO ESCOBAR

El nombre de Magaly Cueto es conocido entre las policías y los gendarmes de la cárcel de mujeres: los primeros la reconocen como una narco de peso; los segundos como una mujer de temer. Hace dos años cayó cuando intentaba parar un negocio que venía planeando desde antes de salir libre, luego de 14 años presa. La sorprendieron con 12 kilos de pasta base en sus manos. En este segunda entrega de mujeres traficantes, la historia de una boliviana que quiso ser independiente, que asegura haber sido amante de Pablo Escobar y que es considerada por sus pares como “un pez gordo”.
Aparte de una polera negra, la tarde del 06 de septiembre de 2006, Magaly Cueto Melgar vestía de blanco: zapatillas, pantalón de buzo y parca con gorro. Se veía atractiva y sobria. Piernas largas, caderas anchas y pelo largo. Con 43 años y buen cuerpo, su estampa no denotaba los 14 que había pasado detenida por tráfico de drogas. Y es que ella, a pesar del tiempo que pasó encerrada, es distinta al resto de las mujeres que están en prisión. Es boliviana y no usa escotes ni muestra el ombligo; viste de acuerdo a su edad. Tampoco se maquilla en exceso y además, habla bien. Es, como dice una funcionaria del Complejo Penitenciario Femenino de Santiago (CPF), “una de esas mujeres bonitas que no se desvirtúan”.

Esa tarde, Magaly iría al supermercado. Desde agosto de 2005, cuando salió en libertad, convivía en La Cisterna con su pareja, Ricardo Kramm Cabrera, y sólo hace unos días, con María Isabel Rodríguez, una peruana que había conocido en la Sección Especial de Alta Seguridad (SEAS) de la cárcel de mujeres. Ahí forjaron amistad. Ambas eran extranjeras presas en Chile y habían caído por tráfico de drogas. Pero no sólo habían cosas en común: Cueto no era cualquier amiga.

En 1996, la custodia y administración del penal femenino de Santiago pasó a manos de Gendarmería. Magaly era parte de la camada que llegó desde Puente Alto ese mismo año, cuando las mujeres de ese centro penitenciario fueron trasladadas al CPF. Llevaba cuatro años ahí. Antes de eso, en ese recinto se encontraban las detenidas consideradas más peligrosas: terroristas y narcotraficantes. Y Magaly era una de ellas. Después del traslado, todas arribaron a SEAS y para cuando Rodríguez llegó en 2001, Cueto ya era toda una conocida.

En noviembre del ‘96, a sólo meses de su llegada al CPF, Magaly participó en un intento de fuga que terminó con su compañera, Patricia “La Patty” Pinochet, una famosa traficante chilena, acribillada a la entrada del penal. Pero ella quedó atrás.

-Patricia consiguió drogar y dormir a dos gendarmes y con las llaves en su poder salió al patio. Siguió corriendo hacia su libertad. Antes de llegar al portón le dispararon, sin siquiera avisarle. Como siguió corriendo le dispararon en la cabeza y murió en la calle –dijo días después el marido de Pinochet.

Además, Cueto era una visitante recurrente de la sección de aislamiento por sus faltas de conducta: la última que registra de ese período es una riña en 2004. Y por lo mismo, era respetada.

-Es que tiene mucho peso que haya estado en Puente Alto –cuenta una funcionaria del CPF–, porque ahí estaban las terroristas. Y también que haya estado tanto tiempo en el SEAS. Es una de las más antiguas que está y que ha estado. Las otras prefieren no meterse en conflictos con ella. La consideran un pez gordo.

Al poco tiempo de conocerse, Cueto y Rodríguez ya eran amigas. Pero esa tarde de septiembre de 2006, las dos estaban libres. Y no sólo era amistad. Además de convivientes, eran socias en un negocio que habían planeado desde que estaban en prisión.

Era miércoles y partirían juntas al supermercado. Luego, serían detenidas.


La investigación

Desde hace un tiempo, la atención de un grupo del OS-7 de Carabineros y de Cristian Galdames, fiscal adjunto de la Fiscalía Metropolitana Sur, se centraba en una banda que traficaba pasta base de cocaína en Puente Alto. La droga que repartían en el sector sur oriente de la capital llegaba a sus manos a través de proveedores que venían de Perú hasta Santiago. Hasta ese minuto, ni Magaly Cueto ni María Isabel Rodríguez estaban en la mira.

En ese entonces, Rodríguez aún se encontraba en prisión y Magaly, libre hace poco menos de un año, se preparaba para su salida. La recibiría en la casa que compartía junto a Ricardo Kramm, un hombre once años mayor que se dedicaba a la falsificación de carnés de identidad, licencias de conducir y cheques. Cuando el lugar fue allanado, se encontraron plásticos y cédulas en proceso de confección, además de 41 matrices para su reproducción. Pero antes de eso, ninguno despertaba sospechas. Kramm hacía sus falsificaciones natural y tranquilamente, ya que, según cuenta Galdames, “no consideraba que su actividad fuera un delito”. Además, Cueto también pasaba desapercibida.

-Magaly no es de las que andan robando o hurtando. Por lo menos cómo habla, demuestra que tiene un nivel educacional alto. Ella tiene estudios formales hasta 3º medio y al parecer, tenía una buena situación económica. No es como la señora de población que vende para vivir –cuenta una gendarme del CPF.

Mientras, los días pasaban y cada vez faltaba menos para la llegada de Rodríguez. La relación que habían establecido con Magaly en el CPF y los proyectos que tenían para armar un negocio independiente estaban a punto de concretarse. Pero, sin saberlo, tenían algo que les jugaba en contra.

La investigación que buscaba detener a la banda de traficantes de Puente Alto avanzaba. Al poco tiempo, sus miembros ya habían sido identificados y sus teléfonos intervenidos. A medida que las conversaciones telefónicas eran analizadas, las voces se empezaban a delatar y los caminos de la investigación, a ampliarse.

-Así ocurre con muchas de las investigaciones que se llevan a cabo en temas de drogas. Como no son tantos los grupos ni tan grandes las organizaciones, la información que queda se procesa y así se van armando nexos. De ahí, parte otra investigación que nos lleva a otra banda y cuando cae, la información que queda se vuelve a revisar y el proceso se repite –explica Patricio Guajardo, comisario de Investigaciones de la Brigada Antinarcóticos Metropolitana.

Poco después de que María Isabel saliera del CPF, las actividades de la banda de Puente Alto se diluyeron, pero la pesquisa ya había tomado otro rumbo. Las miradas de los investigadores ya se habían desviado hasta encontrarse con Rodríguez y Cueto. Ellas lo ignoraban.

-Las reventamos en cuanto las tuvimos. Estábamos investigando a otras personas y fue de pura suerte que nos encontramos con ellas –reconoce Galdames–. Y no tengo la menor duda de que si Magaly se hubiese podido “parar”, a ella no la manda nadie.


El negocio

Nada podía fallar. Los planes de Magaly y María Isabel eran claros y seguros: aprovechar los contactos que habían establecido a lo largo de sus carreras para “ponerse en pie”. Y no eran pocos. Rodríguez tenía varios nexos en Perú y, a pesar de haber pasado los últimos cinco años en la cárcel, no los había perdido. De hecho, se había comunicado con ellos por celular para coordinar distintas entregas a bandas traficantes de la capital. Entre ellas, una de Puente Alto.

Por su parte, Cueto desde que salió de Santa Cruz de la Sierra, localidad donde vivió después de pasar algunos años en Viña del Mar junto a su padre chileno, transportó drogas, lavó dinero y se relacionó con traficantes en Bolivia, Chile, Panamá y Colombia. Su entrada al rubro se vio marcada por ser “la pareja de” distintos hombres con diferentes grados de poder en organizaciones narco o delictuales. A los 20 años se casó con un narcotraficante colombiano. Luego, tuvo relaciones con otros en Chile y Bolivia, pero de todos ellos, hay uno que le hace sentir orgullo y lo cuenta a modo de pavoneo: Magaly asegura haber sido amante del que en su momento fuera el hombre más buscado y el narcotraficante más influyente del mundo, el colombiano Pablo Escobar Gaviria.

Esa es una constante. Cuando una mujer ingresa a una organización establecida de narcotráfico, siempre lo hace a través de un hombre. Y desde abajo.

-Las mujeres que están ligadas al trafico parten cumpliendo funciones como guardar y transportar dinero, y a medida que se necesite, pueden empezar a vender pequeñas dosis. Si la persona a cargo piensa que ella entiende el negocio y sabe como manejarse, la va a reconocer como una persona de confianza y va a invertir más en ella. –explica el inspector de Investigaciones Carlos Herrera, jefe de la oficina de análisis de la Brigada Antinarcóticos Metropolitana.

Pero Cueto y Rodríguez ya habían superado esa etapa. Ambas poseían nexos internacionales establecidos y un conocimiento del medio que sólo se alcanza por la experiencia. Además, según el fiscal Cristian Galdames, “Magaly es una tipa que se maneja muy bien en el ambiente y que está por sobre el nivel promedio de instrucción e inteligencia. Es una profesional”. Todo esto las convirtió en la excepción a la regla de las mujeres narcos en Chile: no necesitaron de ningún hombre para parar el negocio.

El movimiento consistía en encargar pasta base a Perú e ingresarla al país por Chacalluta y transportarla hasta Santiago. Los contactos serían los mismos que utilizaba Rodríguez desde el CPF.

Magaly y María Isabel llegaron al supermercado Líder, en el paradero 15 de Gran Avenida, donde se realizaría la transacción. Ahí, dos peruanos, Agustín Flores (37) y Wilder Huaylla (27), las esperaban en el estacionamiento. El primer encargo llegaba a sus manos.

En un principio sería “poco”: la falta de dinero y de financistas sólo les permitieron acceder a 12 kilos de pasta base de baja pureza. Aunque fue por buen precio: $1,5 millones. Pero la idea era levantarse, así que no les preocupaba.

-Ellas debían recibir entre $2.000 y $3.000 por gramo, por lo que las ganancias estarían entre los 24 y 36 millones de pesos –cuenta Galdames.

Después de vender la droga, tendrían lo suficiente para reanudar actividades.


La caída

Las llamadas telefónicas que los miembros del OS-7 intervinieron los había llevado directamente hasta María Isabel Rodríguez. Desde la celda que ocupaba en el SEAS, y que antes compartía con Magaly Cueto, ella había sido el nexo entre los proveedores peruanos y la banda de traficantes de Puente Alto. Actividades como esa, si bien son más comunes desde los penales masculinos, actualmente no son algo tan raro en el CPF. En diciembre de 2005, una mujer que había ingresado un año antes fue sorprendida coordinando a través de un celular el envío de ovoides con dos kilos de cocaína desde Tacna a Santiago. Pero, mientras esa vez la operación fue desbaratada en cosa de días, en el caso de Rodríguez no se pudo hacer mucho. La participación de la banda de Puente Alto había cesado y su pista se había perdido. María Isabel optó por guardarse sus proveedores para su propio negocio junto a Magaly. Para poder capturarlas, había que dejarlas actuar y seguir escuchando sus conversaciones. Desde ese momento, los teléfonos de ambas mujeres estarían “pinchados”.

En el estacionamiento del supermercado, la transacción se llevaba a cabo normalmente: los 12 kilos de pasta base pasaron a manos de Magaly y Rodríguez y el millón y medio de pesos, a los bolsillos de los peruanos. Pero Carabineros ya lo sabía todo. Ninguna de ellas sospechaba que sus conversaciones estaban siendo escuchadas, por lo que no hubo en ningún momento entre ellas alguna precaución al hablar: donde, cuándo, cómo y de cuánto sería la transacción; todos los datos que requería la policía, sin saberlo, ellas mismas se los confesaron.

Al mismo tiempo que las mujeres y los peruanos intercambiaban sus mercancías, el grupo del OS-7 les cayó encima. Para ellas fue una sorpresa, pero ninguna desesperó.

-Ellas dos son viejas en el rubro. Conocen demasiado bien el negocio, así que no hubo ningún problema. Sabían que armar escándalo u oponer resistencia sólo les serviría como agravante y que la única forma de rebajar pena era entregando a otros traficantes –dice Galdames.

Ambas mujeres y los dos peruanos fueron aprehendidos. Momentos más tarde, los investigadores allanaron la casa en La Cisterna. Ahí estaba Kramm con todos sus implementos de falsificación. Lo detuvieron. Pensaban que él, al ser el hombre, era el responsable de toda la operación de tráfico de drogas. Pero no era así: al revisar con más detalle las grabaciones, comprobaron que él siempre le recriminó a Magaly que se dedicara a esa actividad.

Al volver al CPF como imputadas, Magaly y María Isabel fueron recibidas como hijas pródigas. Su status entre las internas, a pesar de no haber podido concretar sus planes, estaba intacto.

-Magaly Cueto tiene buena reputación en la cárcel. Ahí, ella hace lo que quiere por ser narcotraficante y por el prestigio que tiene dentro de ese mundo –asegura Galdames.


La cárcel

En el SEAS del Complejo Penitenciario Femenino de Santiago, Magaly comparte celda con Rodríguez y a simple vista, parece ser tranquila y no tener “ficha”. Pero no es así. Desde que reingresó en septiembre de 2006, ya ha estado seis veces en castigos de 15 días en la sección de aislamiento Santa Teresa, conocida entre las presas como “los rosados”. La mayoría de las veces ha sido por posesión de celulares, aunque el 28 de enero pasado unas funcionarias del CPF hallaron en su poder tres pares de bisturís. Sólo le dieron siete días sin visitas. Y aunque Cueto no tiene familiares en Chile, le pesó.

-Ella sólo recibe una visita: un caballero que reconoce como su esposo, pero no lo es. Parece que es el marido de otra interna que se involucró con ella. Estaba casado con una estafadora y es él quien viene a verla; no es Kramm. Creo que se conocieron cuando él venía por su señora. Fue algo súper bullado –cuenta una gendarme.

Mientras el proceso avanzaba, el manejo que tenían ambas mujeres en el ambiente delictual se hacía cada vez más evidente. Las dos intentaron hacer uso del artículo 22 de la ley de drogas, que menciona la cooperación eficaz como atenuante, como escudo ante las penas que pedía la fiscalía. Rodríguez era quien más salía perjudicada, ya que era reincidente y se arriesgaba a 10 años. En el caso de Magaly, eso no valía: en el tráfico de drogas la reincidencia prescribe a la década de cometido el delito y ella había pasado 14 años en prisión. Pero pedían para ella siete años, así que decidió cooperar.

-Magaly manejaba muchos nombres de traficantes. Entregó datos y antecedentes pero en definitiva, no se concretó nada específico, así que no le reconocí en el juicio lo del artículo 22 –dice Galdames.

Con los datos que entregaron sólo se pudo incautar dos kilos de marihuana en Curacaví. Pero no fue suficiente. Según el mismo artículo, hay dos formas de atenuar la responsabilidad: otorgando antecedentes del mismo procedimiento o sus proveedores y entregando a otros traficantes. En el último caso, para que el atenuante sea válido, la información tiene que ayudar a desbaratar una actividad de tráfico que sea de igual o mayor importancia. Y para Galdames, “dos kilos de marihuana no se pueden comparar a 12 de pasta base”.

Finalmente, ambas mujeres fueron sentenciadas, pero aún no han sido notificadas. A pesar de que en un principio Rodríguez se desmarcó y dijo que todo el asunto del tráfico era algo de Magaly, siguen siendo amigas y una pareja tan temida como respetada en el SEAS. Y en ese ambiente, Magaly destaca.

-Se ve que es fuerte. Pero no de una forma violenta, ordinaria ni bruta como el resto. Es más recatada –dice una gendarme del CPF–. La fuerza de ella es una cosa de presencia y de prestigio; es su propio estilo.


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